Into Sumapaz - Caminando por el mayor páramo del mundo por encima de las nubes

13 de noviembre de 2025

13 de noviembre de 2025

Hay un tipo particular de silencio que sólo existe por encima de Bogotá: el que se extiende, respira y zumba suavemente bajo el viento. Vive en Sumapaz, el mayor páramo del mundo, Y es donde nos encontramos una mañana despejada, dejando atrás el ruido de la ciudad por un día que prometía naturaleza en estado puro.

Esta excursión privada de ecolujo no era un lujo en el sentido convencional. Se trataba de soledad, aprendizaje y cuidado, del tipo que se revela en los detalles: una taza de café caliente en un sendero frío, un guía que conoce las historias que se esconden tras el ecosistema en el que nos adentramos. Explore el páramo de Sumapaz, uno de los ecosistemas más raros y vitales de la Tierra.

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 Una mañana en los confines del mundo

Una mañana en los confines del mundo

Salimos de Bogotá temprano, el tipo de temprano que aún huele a noche. El viaje hacia el sur nos llevó por barrios tranquilos, por carreteras que ascendían suavemente entre la niebla. Nuestro guía, Andrés, había crecido cerca del páramo y hablaba de él como de un viejo amigo. Nos contó que el Sumapaz se extiende por 333.000 hectáreas y forma parte del sistema hídrico que sustenta los embalses de Bogotá.

A medida que la furgoneta ascendía, el paisaje empezó a cambiar. Los bosques de pinos se convirtieron en matorrales, el aire se hizo más cortante y las nubes bajaron lo suficiente como para tocarse. La temperatura bajó diez grados en media hora. Bogotá, a pesar de su altitud, se sentía de repente muy por debajo.

Andrés sugirió que nos detuviéramos antes de entrar en el parque para tomar un café, estirarnos y respirar. Tenía razón. La altitud aquí puede alcanzar más de 3.800 metros sobre el nivel del mar, y el páramo exige respeto a quien pretenda adentrarse en él. De pie fuera, se siente la delgadez del aire, pero también su claridad: el tipo de oxígeno que te hace pensar más despacio, más deliberadamente.

El camino hacia las nubes

La entrada a Sumapaz no está marcada por puertas ni señales. Simplemente sabes cuándo has llegado. La carretera se vuelve de tierra, los frailejones aparecen en racimos y el aire huele ligeramente a musgo y metal. Parece el techo del mundo.

Nuestro sendero empezaba al borde de una pequeña laguna, enmarcada por la niebla. El guía ajustó nuestro ritmo, dejándonos caminar despacio al principio, no por falta de resistencia, sino para escuchar. El agua goteaba en algún lugar invisible. El viento se movía entre los frailejones, rozando sus suaves hojas plateadas como terciopelo. Cada pocos pasos, la luz cambiaba por completo: del blanco puro al dorado, y luego de nuevo al gris.

Aprendimos que los frailejones son los ingenieros silenciosos del páramo. Sus hojas atrapan el agua de las nubes, la canalizan por sus gruesos tallos hasta el suelo y acaban alimentando los ríos que sustentan a los millones de habitantes de Bogotá. Ver uno de cerca, con sus finos pelos atrapando las gotas de niebla, fue más humilde que cualquier monumento.

A mitad de camino, Andrés señaló una zona de hierba donde la tierra brillaba. Era una laguna de altura, quieta y marrón, que reflejaba las nubes en movimiento. “Por eso los muiscas la llamaban Sumapaz”, dijo. “Significa Gran Paz”.”

Tenía razón. Aquí hay una paz que se siente antigua, más antigua que las carreteras, más antigua que los nombres de cualquier mapa.

Lujo en la quietud

Lujo en la quietud

Puede sonar paradójico calificar de “lujo” una excursión por parajes salvajes de gran altitud, pero en Sumapaz el lujo adquiere un nuevo significado. Está en el silencio. En la intimidad. El hecho de que, durante horas, puede que no se cruce con otro viajero.

El equipo responsable de esta visita privada pareció entenderlo intuitivamente. No hubo nada exagerado ni performativo. No había atrezzo ni guiones. La experiencia se desarrolló como una historia bien contada, sin esfuerzo, pero claramente organizada.

En un momento dado, nuestro guía preparó un pequeño almuerzo con vistas a un valle donde la niebla se deslizaba en olas. Quesos locales, arepas calientes, fruta fresca y té de hierbas preparado en el momento. No fue extravagante, sino atento. El tipo de detalle que nos recordaba que nos cuidaban, incluso a kilómetros de la ciudad.

Después de comer, el tiempo cambió. La luz se abrió, revelando toda la extensión del páramo, un paisaje surrealista e interminable de ocre y plata, como un océano al revés. Caminamos un poco más, haciendo fotos, aunque la belleza de este lugar se resiste a las cámaras.

De vuelta a la furgoneta, el conductor nos tenía preparadas mantas calientes y botellas de agua. Esos pequeños gestos, invisibles hasta que se necesitan, son los que convierten una buena excursión en memorable.

Entre la tierra y el cielo

Es difícil describir Sumapaz sin recurrir a metáforas, pero quizá ahí radique parte de su poder. No se puede estar aquí sin sentir que se está en un espacio entre mundos: parte montaña, parte cielo.

A diferencia de muchos destinos naturales cercanos a Bogotá, Sumapaz permanece casi intocado por las multitudes. No es un lugar de espectáculo, sino de presencia. No hay cafés, ni tiendas de recuerdos, ni vallas. Sólo senderos, viento y agua.

De vuelta, la furgoneta siguió la misma carretera sinuosa, pero ahora todo parecía diferente. Las nubes se habían disipado ligeramente y dejaban entrever Bogotá a lo lejos, un recordatorio de lo cerca y lo lejos que está este lugar.

Nuestro guía hablaba en voz baja, contándonos cómo científicos y conservacionistas trabajan para proteger el frágil ecosistema del páramo, equilibrando las necesidades de los agricultores locales con la preservación de la biodiversidad. Era un pensamiento aleccionador: con qué facilidad podría inclinarse este equilibrio, cuán cruciales son la concienciación y el turismo responsable para mantenerlo intacto.

Este viaje, en ese sentido, no fue sólo una escapada; fue una lección de convivencia.¿Listo para desconectar y sumergirte en la experiencia Sumapaz? Reserve ya su viaje exclusivo al páramo

Para los que buscan la quietud

Para los que buscan la quietud

Hay un viajero en particular al que le encantará Sumapaz: no el que persigue la adrenalina, sino el que ansía la tranquilidad. El que encuentra la belleza en la moderación.

No se trata de una caminata extenuante ni de un telón de fondo perfecto para Instagram. Es una caminata lenta, en la que cada curva revela un nuevo tono de verde o gris, cada ráfaga de viento se siente ganada, y cada silencio profundiza tu comprensión de por qué Bogotá depende tan profundamente de esta montaña.

Sumapaz no necesita filtros ni palabras rimbombantes. Solo necesita que camines, respires y prestes atención.

Lo que más nos gustó

  • En autenticidad del guía - no ensayada, sino auténticamente apasionada por la cultura y la ecología del páramo.
  • En buena coordinación - servicio puerta a puerta desde Bogotá, cómodo transporte privado y descansos perfectamente programados.
  • En equilibrio entre confort y naturaleza en estado puro - el recorrido conserva la sensación de naturaleza salvaje sin sacrificar la seguridad ni el calor.
  • En profundidad de interpretación - aprender cómo los ciclos del agua, las plantas y la historia indígena se entrecruzan en este paisaje.

Consejos para viajeros de Cielo

  • Horario: Empiece temprano. La luz entre las 7:00 y las 9:30 de la mañana es extraordinaria, y las mañanas suelen ser más claras.
  • Prepárate: El calzado de montaña impermeable y la ropa de abrigo son esenciales. Aunque la mañana parezca soleada, las nubes pueden aparecer rápidamente.
  • Altitud: Bebe mucha agua y muévete despacio; tu cuerpo necesita adaptarse a casi 4.000 metros.
  • Ajustes de la cámara: Los cielos nublados crean una iluminación suave, perfecta para captar los matices del musgo, los lagos y los frailejones.
  • Sin señal, no hay problema: Lleva un cuaderno pequeño en lugar del teléfono. Querrás escribir, no desplazarte.

Por qué volveríamos a ir

Hemos escrito sobre muchos destinos cercanos a Bogotá -las coloridas calles de Guatavita, la calma artesanal de Ráquira, el resplandor dorado de Villa de Leyva al atardecer-, pero Sumapaz es diferente. No se trata de belleza en el sentido tradicional, sino de asombro. De los que se filtran lentamente y se quedan contigo.

Volveríamos a ir para escuchar. Para recorrer los mismos senderos y observar nuevas texturas en el musgo. Para sentir cómo el aire se enrarece lo suficiente como para recordarnos lo pequeños que somos y lo vasto que sigue siendo este paisaje.

En un mundo obsesionado con más -más experiencias, más fotos, más ruido- Sumapaz ofrece lo contrario: menos. Menos distracciones, menos interferencias, menos distancia entre usted y la tierra bajo sus pies.

Ese es, para nosotros, el verdadero lujo de esta experiencia.

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