Catedral de Sal de Zipaquirá y Lagunas Esmeralda de Guatavita

5 de octubre de 2025

5 de octubre de 2025

Mundos bajo la superficie

Cuando pensamos en los alrededores de Bogotá, a menudo nos vienen a la mente montañas imponentes, pueblos coloridos y paisajes exuberantes. Entre las experiencias más extraordinarias se encuentran dos destinos que no podrían ser más diferentes pero que se complementan a la perfección: el la mundialmente famosa Catedral de Sal de Zipaquirá, excavado en las profundidades de una antigua mina de sal, y el laguna verde esmeralda de Guatavita donde aún descansa la leyenda de El Dorado.

A sólo una hora en coche al norte de la capital, el viaje comienza con un cómodo trayecto privado desde Bogotá. Colinas verdes y ondulantes, granjas tradicionales y pequeños pueblos dispersos conducen primero a Zipaquirá, donde sus tejados coloniales insinúan la historia que hay que descubrir, antes de que el día se expanda hacia la belleza tranquila y el aura mítica de Guatavita.

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La puerta colonial

Ubicación: Zipaquirá & Ciudad de Guatavita, Cundinamarca

Laguna de Guatavita

Antes de aventurarnos bajo tierra, llegamos a la propia Zipaquirá, una encantadora ciudad colonial a menudo eclipsada por su famosa catedral, pero que merece la pena explorar por derecho propio. La céntrica Plaza de los Comuneros está enmarcada por fachadas en tonos pastel, iglesias barrocas y animados cafés donde los lugareños se reúnen durante todo el día.

Paseando por sus calles empedradas, sentimos la herencia minera y el ritmo pausado de la ciudad. Fue aquí donde nuestro guía nos introdujo en la historia de la sal en Colombia: cómo determinó las rutas comerciales, las economías y la cultura mucho antes de que se concibiera la catedral. Zipaquirá ha sido capital de la sal durante siglos, y su propio nombre procede de la palabra indígena que significa “tierra de abundancia”.”

La ciudad no es simplemente una sala de espera para la catedral; está llena de tradiciones. Los vendedores venden arepas y obleas frescas cerca de la plaza, los escolares corren por la plaza y los edificios de la época colonial guardan ecos de la época de la independencia. Este paseo previo a la bajada nos situó en la comunidad que dio origen a la catedral y nos recordó que la mina de sal forma parte de un tapiz cultural más amplio.

Más tarde, nuestro viaje nos llevó a Ciudad de Guatavita, Guatavita es un lugar tan pintoresco como la laguna con la que linda. Escondido entre colinas esmeralda y coronado por casas encaladas y tejados de terracota, Guatavita parece un pueblo de cuento. Sus calles son más tranquilas que las de Zipaquirá, con tiendas de artesanía y cafés con vistas a las montañas circundantes. La ciudad fue reconstruida en los años sesenta después de que la original quedara sumergida por la creación del embalse de Tominé, lo que le dio un trazado planificado pero encantador, con plazas de azulejos y balcones floreados.

Pasear por sus calles era como adentrarse en una postal viviente. Los artesanos locales vendían tejidos de lana, cerámica y figuras de madera tallada, mientras que los pequeños restaurantes servían abundantes sopas perfectas para el fresco clima de montaña. Visitar el pueblo de Guatavita antes o después de la laguna daba contexto a la leyenda de El Dorado, mostrando cómo las comunidades modernas conservan las tradiciones a la vez que acogen a los visitantes deseosos de comprender su pasado.

Descenso a la Catedral de Sal

Descenso a la mina de sal

Entrar en la mina de sal es una experiencia que crea suspense. El aire fresco te recibe mientras te adentras en túneles tenuemente iluminados que brillan con tonos azules y violetas. Cuanto más descendíamos, más silenciosa se volvía la mina; no silenciosa, sino reverberante, como si la propia tierra contuviera la respiración.

En su interior, la Catedral de Sal se revela gradualmente. Cada cámara está tallada directamente en paredes de roca mineral, una mezcla de artesanía humana y texturas naturales. A lo largo del camino aparecen capillas que representan las estaciones del Vía Crucis, cada una de ellas marcada por esculturas, cruces y relieves tallados en sal.

Aunque no sea religioso, el arte es asombroso. Las instalaciones de luz añaden una atmósfera teatral, proyectando sombras que hacen brillar las paredes de sal. Uno se siente como si estuviera dentro de una enorme instalación artística, tanto como en un espacio sagrado. Cada paso te adentra más en la contemplación, y el acto físico de caminar por los túneles simboliza un viaje al interior del alma.

La Nave Mayor: Asombro en todos los sentidos

Para nosotros, y para todos los visitantes, el punto culminante es la nave principal. Al entrar en la cavernosa cámara, nos recibe una monumental cruz iluminada, cuyo reflejo brilla en el suelo de sal pulida. La mera escala es humillante. Mirando hacia arriba, el techo abovedado parece infinito, un recordatorio de que esta catedral se encuentra a casi 200 metros bajo tierra.

Lo que más nos sorprendió fue la acústica. Incluso un susurro parecía transmitirse, y cuando un guía cantaba una nota corta para demostrarlo, el sonido reverberaba como una catedral de cristal. No es de extrañar que los conciertos y las misas aquí se consideren inolvidables.

Es aquí donde muchos visitantes se detienen más tiempo. Algunos se sientan en los bancos a reflexionar en silencio, otros hacen fotos y unos pocos simplemente se quedan quietos, mirando la cruz iluminada. Para nosotros fue un momento de quietud, un encuentro con un espacio que es a la vez obra humana y profundamente natural.

Local comercial en la Mina de Sal de Zipaquirá

El toque de un guía: historia y significado

Contar con un guía privado transformó la experiencia. En lugar de limitarnos a admirar la arquitectura, conocimos la historia que hay detrás: cómo los mineros colombianos tallaron la primera capilla como santuario para rezar antes de lanzarse a un trabajo peligroso, y cómo este impulso espiritual evolucionó hasta convertirse en uno de los monumentos más emblemáticos de Latinoamérica.

El guía señaló detalles simbólicos: la forma en que la luz incide sobre determinadas cruces, los motivos culturales grabados en la sal y las maravillas geológicas de las paredes minerales. Relacionó estas observaciones con las tradiciones colombianas, el patrimonio religioso e incluso la economía minera del país.

También habló de la historia moderna de la catedral: la capilla original construida en los años 30, que se volvió insegura, y la catedral actual, más grande, inaugurada en 1995. La decisión de crear una estructura subterránea tan monumental fue audaz, pero reflejaba tanto la fe como el orgullo por los recursos naturales de Colombia.

Más allá de la Catedral: El alma cultural de Zipaquirá

Después de resurgir, recorrimos las calles históricas de Zipaquirá con nuevos ojos. El legado minero se sentía ahora vivo en la arquitectura y la vida cotidiana. En la Plaza de los Comuneros, nos detuvimos a admirar la catedral principal y los arcos coloniales, imaginando los siglos de historia de los que han sido testigos.

Para comer, nuestro guía nos recomendó un restaurante local especializado en platos regionales. Disfrutamos de humeantes cuencos de ajiaco -la icónica sopa de pollo y patatas de Bogotá- y bandeja boyacense, un sustancioso plato del departamento vecino. Compartir estas comidas en un entorno tradicional nos pareció la continuación perfecta del viaje subterráneo: un viaje que conectaba cuerpo y alma.

Incluso los pequeños detalles enriquecieron la tarde: oír tocar a los músicos locales en la plaza, degustar chicha fresca (bebida tradicional de maíz fermentado) y observar a los artesanos que vendían artesanía tallada en sal. Toda la ciudad parecía hacerse eco del tema de la catedral: la transformación de lo cotidiano en algo extraordinario.

Viaje a la Laguna de Guatavita

Plaza de Guatavita

El día continuó con un viaje panorámico por el altiplano de Cundinamarca, hacia el legendario Laguna de Guatavita. A diferencia de la catedral, que atrae hacia el subsuelo, la laguna atrae la mirada hacia el cielo y hacia el exterior, hacia el patrimonio natural y mitológico de Colombia.

La carretera serpentea entre onduladas tierras de labranza y densos bosques antes de llegar al tranquilo pueblo de Sesquilé. Desde allí, una corta caminata cuesta arriba lleva al borde de la laguna esmeralda, enclavada en un cráter volcánico rodeado de vegetación de páramo. El aire aquí es más fresco, más fino y está impregnado del aroma de las hierbas silvestres.

De pie en la orilla, nos impresionó el agua, como un espejo, que brillaba en tonos verdes y dorados según la luz. No es de extrañar que este lugar diera origen a la leyenda de El Dorado, donde se dice que los jefes indígenas muiscas ofrecieron oro a los dioses arrojando tesoros a las profundidades.

Mitos, naturaleza y silencio

En Guatavita, la historia se mezcla a la perfección con el mito. Nuestro guía nos contó cómo los muiscas utilizaban la laguna para rituales sagrados, pintándose con polvo de oro antes de zambullirse en el agua. Las pruebas arqueológicas corroboran estas historias, ya que durante siglos se han recuperado objetos de oro en la zona.

Pero más allá del mito, Guatavita es profundamente pacífica. El sendero que rodea su borde ofrece perspectivas cambiantes de la laguna y las colinas circundantes. Los pájaros surcan el agua, el viento susurra entre frailejones y la quietud del lugar invita a la reflexión.

A diferencia de la grandeza de Zipaquirá, la magia de Guatavita es discreta: su poder reside en el silencio, la inmensidad y su conexión con rituales ancestrales. Experimentar ambas cosas en un solo día creó un equilibrio: maravillas creadas por el hombre bajo la tierra y belleza natural atemporal bajo el cielo abierto.

Comodidad y exclusividad

Tener un tour privado significaba moverse sin problemas entre dos mundos muy diferentes. El trayecto entre Zipaquirá y Guatavita fue cómodo, con tiempo para descansar, disfrutar de las vistas y escuchar las historias de nuestro guía sobre los muiscas, la conquista española y la Colombia moderna.

No tuvimos que preocuparnos por la logística, el aparcamiento o el tiempo. En lugar de eso, disfrutamos cada momento, desde tomar café en Zipaquirá hasta caminar por los senderos boscosos sobre Guatavita. Para los viajeros que buscan una excursión de un día que equilibre la comodidad con el descubrimiento, esta combinación de destinos es una de las mejores cerca de Bogotá.

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Consejos prácticos para los visitantes

  • Reservar una visita privada: Combinar Zipaquirá y Guatavita en un día requiere una buena sincronización - un guía privado hace que sea suave y flexible.
  • Llevar capas: El clima del páramo de Guatavita puede ser frío y ventoso.
  • Buen calzado para caminar: Los senderos de Guatavita incluyen pendientes y escalones naturales.
  • Hidrátate y modera tu ritmo: La laguna se encuentra a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, así que tómate la caminata con calma.
  • Saborea el contraste: Disfrute de la interacción entre el arte subterráneo y el mito al aire libre. Pocos lugares ofrecen perspectivas tan diferentes en un solo día.

Dos maravillas, un viaje

Visitar tanto la Catedral de Sal de Zipaquirá como la Laguna de Guatavita en un solo día nos ofreció una de las experiencias más completas que hemos vivido cerca de Bogotá. Juntas capturan la esencia de Colombia: una tierra donde se entrelazan naturaleza, historia, arte y mitos.

La catedral te conmueve con su devoción humana tallada en sal; la laguna te recuerda el poder de la naturaleza y los misterios que perduran a través de los siglos. Ambas experiencias nos dejaron maravillados ante la creatividad, la espiritualidad y los paisajes de Colombia.

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